Gárgolas insomnes

Enero 31 de 2008

Leonardo García Tsao, funcionario cultural del desgobierno espurio, dice que el público de la Cineteca Nacional está disminuyendo, sobre todo los viernes en la noche, porque un camión se estaciona en Avenida Coyoacán para vender naranjas y causa trastornos tan graves que el tramo del eje vial comprendido entre Río Churubusco y el recinto -reducto de paz, tranquilidad, seguridad y confianza para quienes llegan en coche- resulta un caos en el que abundan los asaltos a peatones y conductores por igual. Al parecer del susodicho, es "arriesgadísimo" pasar de noche por allí o por Mayorazgo, la calle transversal, que "es una catacumba, ¡está oscurísima!" Caminar al metro después de la última función, ni se diga, es meterse a la boca del lobo. ¡Uy! Por cualquiera de las rutas posibles a pie, llegar a la cineteca, según su director, es tan peligroso como irse. ¡Mejor no vengan!

La paranoia y el miedo inducido suelen invadir y desbordar a la gente diminuta, física y mentalmente débil, como Leonardo García, que ha sido empleado de la cineteca toda la vida y ahora encabeza esta mole acéfala porque si tuviera un ápice de vergüenza cambiaría de oficio o habría renunciado a su cargo actual antes de asumirlo y no escribiría ni concedería entrevistas para que un medio impreso de circulación nacional publique su incontinencia de sandeces disléxicas; sería menos vanidoso, para empezar, y haría ejercicio para el cuello, por lo menos. Pero no tiene la culpa el indio, reza el proverbio racista, y nomás en La Jornada, que dejó la brújula en algún lugar de la Selva Lacandona, se les ocurre creer que, tratándose de cine, este mediocre personaje, es la neta del planeta.

Ahora resulta que la disminución del público asistente a la Cineteca Nacional es efecto de la inseguridad, así como de los problemas de vialidad causados por un camión de naranjas, que deben solucionar las autoridades locales, no las instituciones culturales del desgobierno federal usurpado. Nada tiene qué ver, por ejemplo, el hecho exasperante de que las películas siguen exhibiéndose oscuras y opacas, acaso más que antes, porque los proyectores son reliquias de museo, con el nostálgico ruido del motor que hace girar el carrete y contamina el audio de la cinta, reliquias de antiquísima obsolescencia como el propio director o el llamado "encargado de salas", un tal Ernesto Favela, que está para llorar. Llamar "encargado de salas" a este señor -reflexioné un día luminoso de brillante lucidez- quiere decir que allí hay gente que se encarga también de otras cosas, unas muy otras, como la producción de material impreso, por ejemplo, con citas o referencias bibliográficas a los bodrios que escribe el director en turno con su noción de la sintaxis también muy otra.

Nada tienen qué ver con la pérdida del público los proyeccionistas que "trabajan" allí; cácaros que, si vendieran naranjas en la calle, se esforzarían más y harían menos daño al cine y al público restante; proyeccionistas de imágenes más grandes que la pantalla, que además se desenfocan mientras ellos están en la luna, pensando quizá cómo completar el sueldo que reciben por su autosabotaje (al contrario de lo que suponen, si fueran menos miserables les pagarían mejor); cácaros que se van a mitad de la película por no quedarse dormidos o porque su turno termina antes que la función, al cabo el proyector se apaga solo (para eso no falta modernidad); cácaros que suben el nivel del audio cuanto más baja es su calidad, así lastime los oídos y provoque dolor de cabeza, o nos llevan de regreso al cine mudo y de ahí a los chiflidos y los gritos.

Nada de eso tiene relación con la baja cuantitativa y cualitativa del público. Todo es culpa de un camión de naranjas, según el autor del libro Cómo acercarse al cine, humor negro aparte, que ahora es más bien el principal responsable de lo que Felipe Cazals llama -no sin buena dosis de pedantería- "la desaparición del espectador pensante y el advenimiento del trastornado consumidor adocenado, cliente confortablemente ignorante y conformista". Las naranjas del camión estacionado en Avenida Coyoacán, por cierto, no han de causar diarrea, como las palomitas que venden en la cineteca.

¿A quién le importa, por ejemplo, que los ciclos o retrospectivas, foros y muestras, sean faltas desastrosas de respeto en las que nadie nunca ofrece disculpas jamás por la desorganización (para desastres, el que ocasiona un camión de naranjas en Avenida Coyoacán), o que el formato de las películas sea DVD, o sea, una mancha en la pantalla y ruido agotador en vez de sonido inteligible, al cabo el que no las conoce no tiene con qué compararlas y el que las conoce recuerda el pasado preferible al presente borroso? Ajá. ¿Qué importancia puede tener el lenguaje eufemístico de la deshonestidad, ese que dice, por ejemplo, "en inglés" como aviso tramposo de que la exhibición no tendrá subtítulos, como si las demás películas gringas o británicas estuvieran dobladas al español, o dice "proyección en DVD" como advertencia de que la imagen no será desplegada a todo lo ancho, tendremos que verla cuadrada y chata? ¡Nimiedades! ¿Acaso importa que además nos cobren, como si nada, por tolerar todo eso?

En "horas pico", el crucero de Río Churubusco y Avenida Coyoacán es un caos infernal, efectivamente, pero su causa no es el camión de naranjas, que tampoco se estaciona en doble fila, como dice García Tsao (bastante aberración es que lo haga en pleno eje vial como para endilgarle además doble fila), ni frente a la cineteca, sino en la entrada del panteón. Quizás el "crítico" de cine más vanidoso que cualquier actor del mundo confunde la entrada de la cineteca con la del panteón, en donde quizás hay más vida y respeto a la cultura que en la cineteca, donde quizás hay más muerte que en el panteón, sobre todo muerte mental.

[] Iván Rincón 10:55 PM

Enero 27 de 2008

Cafetlán: "los árboles mueren de pie"

Menos mal que existen los que no tienen nada qué perder...
Silvio Rodríguez

Gabriela Sosa Martínez, locutora de Radio Educación, se refiere públicamente a Cafetlán, en cada ocasión, como un "proyecto cultural" que, entre otras cosas, comercializa café orgánico de Chiapas o Oaxaca (?) exportado por cooperativas indígenas... Su esposo, Óscar González Hernández, también llamado "Óscar Almaguer", es el socio mayoritario de la empresa, en donde trabajan sin un contrato escrito, ni las mínimas prestaciones legales, 22 estudiantes universitarios por doce pesos la hora (más las propinas, claro). "¡Que se presente Jaime López en Cafetlán!", dice al aire Gabriela Sosa. "¡Ahí cuenta con un espacio de gente honesta (?) que lo recibirá con los brazos abiertos y lo atenderá con mucho gusto!".

El principal jefe de la "gente honesta", Óscar González, es actor de TV Azteca. Y otros socios nominales son: Ana María González Hernández, hermana de "Almaguer", fundadora del PRD y vividora del "comercio justo" (según la justa definición de los trabajadores de la empresa); Adrián Sierra de Anda, director de deportes de El Universal, y Carlos Márquez... Ana María González funge como gerente o coordinadora (en los hechos, capataz). Ella y Sosa Martínez se presentan en estaciones de radio comerciales con un discurso demagógico, reivindicando a la "izquierda" (la de paga, en todo caso), el "ecologismo consciente", el consumismo chovinista (llamado también "nacionalismo") y, la patraña más vomitable de todas, el "optimismo".

-Los invitamos a que apoyen a las comunidades indígenas de Chiapas y Oaxaca (dejando su dinero en nuestra cafetería).

Mientras tanto, los empleados de Cafetlán se conocen y deciden aclarar sus condiciones de trabajo con los patrones, a quienes proponen, luego de platicar durante semanas o meses entre ellos, una contratación colectiva que comprometa por escrito a ambas partes y las favorezca por igual. Los dueños reaccionan como suelen reaccionar los reaccionarios, con insultos, amenazas, intrigas, intentos de división ofreciendo privilegios a unos cuantos y, como corolario de la vileza, la represalia, el castigo ejemplar, despidiendo a uno de los jóvenes injustificadamente, con acusaciones infundadas... Mediante un paro laboral, los demás trabajadores logran que su compañero sea indemnizado legalmente por la empresa.

Constituidos en colectivo, la única "aclaración" que obtienen los trabajadores en sus primeros intentos de recibir un trato justo consiste en que ellos son "colaboradores operativos" o "becarios" de un "proyecto cultural" (digamos, como los esclavos de Kamel Nacif, pero con palabrería "progresista"), o sea, que no tienen derechos laborales, pues (Paco Huerta dixit), además del intento de que firmen por separado un documento en el que renuncian tácitamente a semejantes derechos y vanidades. En otro memento, los dueños les proponen un "plan de austeridad" que reduce la comida, su única "prestación económica", a la mitad. Porque en Cafetlán, además de café, se vende comida ligera.

Los jóvenes empleados deciden llevar su demanda de contrato colectivo hasta el final. Sin dejar de laborar para la empresa, redactan el documento durante semanas de esfuerzo adicional; indagan los pasos a seguir y se afilian al Sindicato de Trabajadores de Casas Comerciales, Oficinas y Expendios del Distrito Federal (STRACC), que agrupa a los trabajadores de varias gasolineras, así como a personal de limpieza de la Central de Abastos. Una vez sindicalizados, presentan su demanda ante la Junta Local de Conciliación y Arbitraje, que la rechaza tres veces consecutivas, aduciendo falta de evidencia de la relación laboral, siendo que la demanda busca justamente legalizar dicha relación. Los trabajadores cumplen los innumerables requisitos, hasta que el 27 de febrero de 2007, a tres meses de iniciados los trámites y semanas después de que la Junta aceptara por fin el depósito del emplazamiento a huelga, Cafetlán recibe notificación legal de que el STRACC demanda la firma de un contrato colectivo de trabajo.

La "autoridad laboral" previene a los patrones y retrasa el proceso hasta darles tiempo suficiente para desaparecer, literalmente. Los explotadores con bandera de "izquierda ecologista", "comercio justo" y todo eso, para empezar, no atienden los citatorios y, en la madrugada del primero de marzo, saquean las dos sucursales de Cafetlán en Tlálpan y Coyoacán; se llevan todo (máquinas, mobiliario, insumos), incluyendo pertenencias personales de los trabajadores y hasta sus propinas, además de dejarlos sin el pago del salario quincenal devengado. Al no haber empresa ni patrones, la Junta declara entonces legalmente inexistente la huelga, que estalla el 21 de marzo.

Los trabajadores se plantan (como los árboles, que generalmente mueren de pie) fuera del local de Tlalpan, y recurren activamente a la denuncia pública. El plantón es de tiempo completo y, además de ser un "puesto de información", ofrece café orgánico a granel, producido por la cooperativa de cafeticultores "Chiwisina" de Santa María Tecaxmalapa, en la Sierra de Juárez, Oaxaca. Los huelguistas lo muelen y entregan por kilo y medio kilo también a domicilio. Durante las 24 horas del día, venden café americano caliente, galletas de queso y piña, botanas de amaranto de la cooperativa "Quali", jugos de Pascual Boing (también cooperativa), libros, revistas y condones.

"La dignidad que les falta a los trabajadores de Radio Educación, la tienen los de Cafetlán", piensa quien escribe y observa desde lejos el conflicto. "Es una lucha perdida", se dice. Pero el movimiento de estos jóvenes tiene amplia resonancia a través de los medios de comunicación alternativa, principalmente, y recibe gran solidaridad de organizaciones sociales, sobre todo sindicales... hasta que nueve meses después de iniciada la huelga (lo que dura un embarazo), los trabajadores de Cafetlán ganan la primera batalla, al conseguir su reconocimiento legal mediante un amparo.

A diez meses de paro activo, legalmente existente por fin, el colectivo de trabajadores y estudiantes ha organizado un fiestón "por la autogestión laboral", que tendrá lugar el jueves 31 de enero en el Foro Alicia (Av. Cuauhtémoc 91-A, Col. Roma). Algo hace cambiar de parecer a quien escribe y ahora espera un rotundo triunfo de estos jóvenes sobre la explotación más vil y la demagogia. Ojalá que los renegados y agazapados patrones terminen pagando los sueldos de sus antiguos empleados desde el robo de Cafetlán hasta el día de la recuperación completa de aquella fuente de trabajo. Es obvio que los señores autosabotearon su "proyecto cultural" porque era muy superior a ellos y sus mezquindades, y porque resultó que los trabajadores, en cambio, estaban a la altura de la empresa que terminarán dirigiendo y, en cierta medida, ya lo hacen.

¡Felicidades y enhorabuena!

Posdata ególatra que tampoco deja pasar la ocasión. Hace dos años, cuando el nombre de Cafetlán sonaba en Radio Educación a cada rato, cada vez que lo decía Gabriela Sosa Martínez, a la afectuosa locutora se le ocurrió enviarme "un abrazo" a través de los micrófonos de su emisora, así que la llamé poco después para pedirle que, por favor, no me enviara abrazos ni saludos ni nada de eso. "No vayan a pensar que somos amigos", le dije en privado. Y hoy hago público mi deslinde, porque hay por ahí una referencia académica que relaciona su nombre con el mío. Desde hace nueve años, somos autores de la primera investigación exhaustiva sobre la radio libre en México, la que se refiere a su surgimiento. Un año antes, hace precisamente una década, Gabriela Sosa prestó su voz para el programa que presenté en la Segunda Bienal Latinoamericana de Radio, y luego conté mi nombre ¡cuarenta veces! (pequeña desproporción) en su intento de tesis de maestría, que incluye un capítulo dedicado al mismo fenómeno. Sobre aquellos trabajos ya ha llovido demasiado. Y la "Kamarrada Gabosnov" dejó de serlo para siempre desde que tuvo a bien sacarme bruscamente del autoengaño. ¡Ahora que los chavos de Cafetlán en huelga impongan la razón y la fuerza que tienen de sobra! Ya contarán también con mi solidaridad en los hechos. He dicho.

Para más información, acudir al campamento/plantón en calle Guadalupe Victoria, esquina con Plaza de la Constitución, Centro de Tlalpan, Ciudad de México, Planeta Tierra. O llamar por teléfono al 04455 40923745, o al 04455 25138832, o escribir a colectivocafetlan@gmail.com, o visitar el blog de los trabajadores de Cafetlán en huelga.

[] Iván Rincón 11:50 PM

Enero 22 de 2008

Aunque soy un cinéfilo apasionado y obsesivo, creo que no sería buen crítico de cine. Me moriría de hambre, seguramente. Para empezar, suelo enterarme de las "novedades" cuando ya no lo son, como ocurrióme con Zodiaco (volviendo al tema), cinta de la que supe hasta que se exhibió en la Cineteca Nacional, o sea, meses después de su estreno comercial (es que ese no es un lugar comercial, sino "cultural", pensarán los incautos). Además, mi apreciación jamás coincide con la de "críticos" como Leonardo García Tsao, actual responsable del secuestro que padece dicha institución, o Carlos Bonfil, el "crítico" más acrítico y complaciente que he leído, por lo menos en La Jornada, o los comentaristas menores, por no decir ínfimos o infinitesimales, que escriben columnitas en revistotas con dinero en abundancia y escaso talento. De los que pululan en Internet o perpetran las "sinopsis", mejor ni hablar.

Leonardo García (volviendo al tema), el que supuestamente dirige la cineteca y se la pasa viajando al mismo tiempo (¿con el dinero que pagamos en la taquilla o del presupuesto, o sea, de nuestros impuestos?), es tan oportunista y ególatra que ahora el material impreso que produce la institución, en cuanto es posible, se remite a sus libros (los de García Tsao). ¿O qué? ¿Algún burócrata menor, por no decir ínfimo o infinitesimal, quiere quedar bien con su jefe haciéndole publicidad? Lo cierto es que antes de que don vanidoso fuera el director, ningún folleto ni tríptico ni díptico, vaya, ni siquiera un volante, publicado por la cineteca, lo citaba ni usaba sus libros (los de García Tsao) como fuente o referencia bibliográfica, mucho menos de un modo tan prolijo como ahora. Por lo demás, si esos libros están escritos como los bodrios que publica La Jornada, peor tantito.

Y ahora que el señor mediocridad es su director, la cineteca empeora todo lo posible, acaso como Radio Educación (en realidad ignórolo, porque tengo más de un año de no escuchar esa cosa), o sea, hasta el límite de la tolerancia pública, que es demasiada, para mi gusto. ¿Se tratará, acaso, del mismo síndrome?

En fin, mis incontables lectores. Yo nomás quería decirles que tan pésimo crítico de cine sería yo (sobre todo, tan tardío), que he restituido un texto publicado aquí el 30 de octubre, eliminado al corregir el texto anterior sobre Zodiaco y volver a publicarlo dos días después. Carajo. Por lo menos soy autocrítico, ¿no? (aquí tienen que imaginarme con los ojos bizcos y la voz gangosa).

PD. Acá entre nos, también quería pegarle otra vez al hombre de las vanidades, porque no me acabo la cólera de tener que renunciar (como lo hice con Radio Educación, por salud mental) a la Cineteca Nacional, lugar con el que tengo/mantengo desde hace 25 años una íntima y masoquista relación.

[] Iván Rincón 9:08 AM

Enero 14 de 2008

Cuando uno lee bodrios como el de Leonardo García Tsao sobre la "remasterización" de Blade Runner, queda claro por qué la Cineteca Nacional cree que son aceptables sus sistemáticas estupideces. Cuando el director de ese lugar escribe como escribe, uno entiende que haya, por ejemplo, "sinopsis" como la de Zodiaco (2007), de David Fincher, en el sitio web de una institución cultural que compite con Radio Educación en estulticia y mediocridad. Hela aquí, textual...

Zodiaco sigue la historia de un asesino en serie que hizo estragos en California, durante los 60 y 70, y la de los hombres que intentaron capturarlo. Mezcla de drama policiaco y película de monstruos, el filme se distingue por su cuidadosa construcción y la minuciosa atención en cada detalle, rasgo particular del cine de Fincher.

Un ejemplo mínimo de que la cineteca no se caracteriza precisamente por su talento es este bodrio de un solo párrafo. "Zodiaco sigue la historia", dice y, como si perpetrar semejante redacción no fuera suficiente, ahora resulta que "un asesino en serie" (un asesino en serio daría menos risa que un asesino en serie, o sea, varios asesinos idénticos, porque era mucho pedir que fuera un asesino serial) "hizo estragos en California, durante los 60 y 70"... Las dos comas de más no importarían si el autor del párrafo supiera que el Asesino del Zodiaco surgió como tal a fines de los sesenta. No tenía que leer nada al respecto. Con que hubiera visto la película bastaría para saberlo. ¿"Mezcla de drama policiaco y película de monstruos"? ¿Qué carajo es un "drama policiaco"? ¿Un thriller, acaso, o el momento en que la policía se pone dramática? ¿"Película de monstruos"? ¿Como King Kong y Goxila, Drácula y Nosferatu, o como Pedro Infante y Jorge Negrete? Si hay algo monstruoso aquí es esta "sinopsis" que no se conforma con su monstruosidad y afirma con pedantería propia de intelectualoide cafetero que "el filme (sic) se distingue por su cuidadosa construcción y la minuciosa atención en cada detalle". Vaya. Nomás le faltó decir "serial-killer" para ponerse a tono con Letras Libres. La "cuidadosa construcción" de esta "sinopsis" no escapa a "la minuciosa atención" de mi parte en cada minucia, o sea, como quien dice, "ahí está el detalle", ¿me explico? El hecho de que los personajes de la película no envejecen en 24 años, por ejemplo, ¿es uno de los detalles minuciosamente atendidos? Si esa "cuidadosa construcción" y demás redundancias chapuceras son un "rasgo particular del cine de Fincher", entonces nadie más tiene cuidado en el cine que hace. Por lo visto, aquí se dedican a la "cuidadosa" deconstrucción del cine y la "minuciosa" destrucción de su público, al menos el que piensa. Eso me dice la "sinopsis" minuciosamente despedazada y también la que sigue, de Plan 9 del Espacio Exterior.

Después de haber fracasado ocho veces para (sic) apoderarse de la Tierra, unos invasores extraterrestres deciden resucitar a los muertos y usarlos como ejército. Esta película redescubierta en los años 80 fue llamada "La peor película de todos los tiempos", gozando desde entonces de un culto cinéfilo mundial.

Si el peor cine "de todos los tiempos", incluyendo el tiempo muerto, goza "de un culto cinéfilo mundial", la cineteca y su director deberían "gozar" de un reconocimiento público a la imbecilidad concentrada. He aquí el mío, a ver si les puede... ¡Sí, cómo no!

[] Iván Rincón 9:15 PM

Enero 10 de 2008

Al socaire del insomnio

(delirio a ritmo de una racha borracha de viento melodioso)

Como el eco del mar en un caracol, un antiguo rumor de pensamientos melancólicos y recuerdos nostálgicos habita esta oscura calle de casas desoladas, en donde los fantasmas se espantan de su pálida sombra -espectro sombrío- al otro lado del espejo, y un grito desgarrado emerge del abismo, estremece el remanso de la noche y tritura su ilusión de silencio; los perros sueñan con el escándalo de vidrios y platos rotos, ventanas, macetas y botellas estrelladas unas a otras por la ira de borrachos, borrachos de ira, en el pasado reciente del presente remoto, y los gatos escuchan los sueños de los perros al romperse contra las rocas de los muros y volar en pedazos por el aire marchito de la eterna vigilia y la peor de todas las pesadillas, que es el insomnio.

Un estrépito de ladridos, como el coro de aullidos que interpelan a las sirenas de ambulancias que transportan el último instante de vida y el arribo de enfermos agonizantes y heridos sin remedio al umbral de la muerte y el paso de la muerte por esta oscura calle de casas desoladas, agita las mansas aguas del tiempo cuando escampa y la luz de los faroles se baña con las estrellas en los charcos.

Al regreso de la calma, los gatos rasgan los velos que nublan a los fantasmas y rasguñan las sábanas que amordazan a los muebles y se enredan en el pasmo de sus soledades hurañas con las sórdidas marañas que han tramado las arañas en rincones poblados de olvido polvoriento, acumulación de abandono que, a veces, quizá cuando la luna se asoma por detrás del ramaje de los árboles que el ventarrón sacude y despeja y despoja de su ropaje, barre una escoba de bruja en las trémulas manos de un anciano harapiento, de triste figura, negra dentadura y frágil esqueleto, un débil aliento, soplo inerte y postrero de cuerpo en ruinas, un penoso impulso, un último esfuerzo.

La memoria de las arañas se pierde en concéntricos laberintos de seda, urdidos entre resquicios por donde silban las rachas de viento sucesivo que hace volar en invierno las hojas muertas en otoño y las hace mariposas que regresan a los árboles en primavera, y al calendario de la pared en verano, y de nuevo en otoño al piso de esta calle de casas desoladas, y otra vez en invierno al aire marchito de la vigilia y el insomnio, la pesada pesadilla, como espiral del tiempo, como tiempo en espiral.

El efecto lunático dormido en el ático y la caja de vino que descansa en el sótano convergen en la mesa del comedor, donde los ratones, las polillas y la carcoma devoraron el diario que alguien llamado Nadie escribió durante mil años. Las cenizas del inmortal, esparcidas por Tahoma en el mar de Samaria, fueron llevadas por las olas a la playa y ahora están dentro de un reloj de arena que sirve para medir el tiempo muerto, la eternidad sin movimiento.

Como el eco del mar en un caracol, el rumor de la agonía adopta un tono ambivalente y simbiótico, entre sonoro y ruidoso, acaso musical (cantos de sirenas en el mar de la ciudad, sirenas de ambulancias con patrullas detrás, los motores de vecinos sin más motor que el ruido y el zumbido de un insecto que no me deja en paz). Un duende arroja el polvo de mis huesos por debajo de la puerta. Los goznes rechinan, la madera cruje y una vibración lúgubre invade mi cuerpo, mi cerebro. Necesito salir del ataúd a respirar y comer algo, abrir las puertas y ventanas de mi alma para que los murciélagos se vayan. El cautiverio me sofoca, la abulia me agobia, la inapetencia me mata. Los duendes y fantasmas que habitan estas casonas mantienen cerradas todas las puertas y ventanas para impedir el paso... de las horas.

[] Iván Rincón 6:32 PM

Emil Schildt. Stine #2. 2003

Diciembre 30 de 2007

En el filo de La Navaja bebo el último trago de la noche, último sorbo de oscuridad con luna menguada por la nebulosidad de la mirada, y respiro el último aliento de agonía y soledad en las calles, de las calles en soledad poblada todavía de silencio con eco de caracol, viento que barre la basura y surca el alba. Como quien dibuja el rostro de una mujer compulsivamente antes de perder para siempre su recuerdo, último presente de una relación pretérita, sueño insomne que borra el paso de las horas y los días, me aferro a los restos de este naufragio, vivo intensamente mi pérdida, espero caer la última gota de la noche vacía.

En La Navaja de Garibaldi es de noche todo el día, como en el 13 Negro de Acapulco, donde los noctámbulos de carrera larga prolongaban y extendían sus límites sin dejar de beber para no perder el vuelo, cada vez a menor altura, hasta caer, hasta que no fuera posible llegar más bajo, hasta el cabo del rastro sanguíneo que dejó de correr en alguna parte del subterráneo dédalo de cloacas, laberinto infestado por cucarachas gigantes y ratas en harapos. La Navaja es un punto crítico en la ruta de la muerte, del 33 al Tapanco, donde concurren matones de pacotilla y putas en reposo que no se han bañado ni han dormido en una cama desde su renuncia temporal, desde la primera ola de una marea de insomnio depresivo, desde que el calendario se quedó sin hojas por dárselas al árbol y el árbol tapizó con ellas el otoño, desde la muerte del tiempo con un infarto al reloj.

Del 33 llegan las vestidas que antes atracaron a borrachos incautos y solitarios en el cuarto oscuro del Famoso 49, que en paz descanse, a donde llegaban también soldados en sus días francos, francamente desesperados, en busca de un "trenecito". El Viena era el punto de partida para hombres gay que gustaban de la barra y la sinfonola antes de que el lugar cambiara su look de cantina tradicional por el de la Zona Rosa y lo plagaran puras locas de Cabaretito. El ambiente homosexual degenera gradualmente, sin más pauta que el tedio ni más pausa que el miedo, hasta la sórdida continuidad del Tapanco, en donde la degradación empareja todas las tendencias y preferencias sexuales, dándoles el mismo color, el uniforme de la violencia, la monotonía del odio conservado en alcohol, ahogado en noches y días de rosas en el fango, tirado "a la borrachera y la perdición", dormido y desvalijado en la banqueta. Si el Cabaretito es la Jaula de las Locas, el Tapanco es el Club de la Eutanasia. En la pista de La Navaja una mujer baila desnuda y después tiene sexo allí mismo con cinco hombres, mientras otro es degollado por la espalda en la oscuridad y yo tomo nota desde mi atalaya clandestina.

"Esta es la canción de las noches perdidas", canta Joaquín Sabina con voz aguardientosa por "el aguardiente de la despedida". Subo las escaleras hasta que me detienen en seco las suculentas piernas de una vecina adolescente que mira con tanta intensidad como para provocar un segundo trastorno hormonal y dejarme en el viaje. Una puta de nombre falso me dejó mojado el pantalón en el Tapanco. Hay que llegar urgentemente al quinto piso y destapar una botella antes de padecer la resaca, y vivir encerrado más de un mes hasta que la soledad me haga descolgar el teléfono en cuanto pase la crisis de hipo. ¡Que escampe tu llanto hasta que amaine mi odio! Este departamento es el callejón sin salida en donde los gatos huraños se refugian y asimilan a las sombras y la basura y suben a la azotea para bañarse de luna y maullar sus dolencias del alma. Los vecinos del edificio viven con terror a mis recaídas etílicas, que solo podré conjurar huyendo cada invierno de la ciudad.

Joaquín Sabina canta «La canción de las noches perdidas» y recuerdo que debo continuar el cuento a ritmo de blues, «Los muertos no mienten», narrado en forma de espiral, un remake literario de la película más original del cine negro. "Los fugitivos del deber cogen su maldición y se la beben". Supongo que el insomnio, así como es causa de mi adicción al vino tinto, es efecto de mi adicción a la noche, debilidad que no he padecido por mujer alguna, pero en este caso es imposible la renuncia. «La canción de las noches perdidas» es un homenaje de Joaquín Sabina al singularísimo Tom Waits, si entendemos por homenaje un eufemismo de plagio. Mi variación o desvarío, en cambio, mejoraría su letra con el sabor amargo que deja la ruta de la muerte:

El consuelo es un hombre con nombre de mujer,
el odio se bebe hasta la embriaguez
y después se vomita con el estómago vacío...
No encuentro taxi libre que me lleve al infierno.

[...]

No encuentro taxi libre en el infierno.

[] Iván Rincón 10:17 PM

Diciembre 22 de 2007

Acteal: las horas de barbarie en su gran día

Campamento de refugiados Los Naranjos, comunidad de Acteal, municipio de San Pedro Chenalhó, en Los Altos de Chiapas, México, lunes 22 de diciembre de 1997. Unos 350 desplazados tzotziles de la Sociedad Civil "Las Abejas de Chenalhó" -organización pacífica fundada en noviembre de 1992- se concentran desde las primeras horas de la mañana en la ermita católica del lugar, que es un galerón de madera con techo de lámina y piso de tierra. Alertados por los zapatistas del municipio autónomo de Polhó, saben que los paramilitares pedranos del Partido Revolucionario Institucional (PRI) están por atacarlos de nuevo, después de haberles robado sus cosechas y haberlos obligado a trabajar para ellos, sobre todo a las mujeres, y haber quemado sus casas hace un mes. La escalada de violencia que los ha llevado a desplazarse tendrá su máxima expresión ese día, pero ellos deciden ayunar y rezar por la paz en vez de escapar o esconderse. Vulnerables, indefensos, inermes, son niños, mujeres y ancianos mayoritariamente, pues muchos hombres se han retirado para evitar un enfrentamiento. Los paramilitares, en cambio, están entrenados y protegidos por el ejército federal y la policía del estado, pertrechados con armas de grueso calibre por el presidente municipal, también priista, Jacinto Arias Cruz, y mandos oficiales y suboficiales de Seguridad Pública local, como Felipe Vázquez Espinoza.

10:30 AM. Los desplazados rezan de rodillas, casi todos afuera del pequeño templo, tiritando en la húmeda intemperie de la montaña, por las limitaciones del espacio, cuando se escuchan en las inmediaciones los primeros disparos. Divididos en cuatro grupos, más de cien paramilitares del ejido Los Chorros, básicamente, aunque también de comunidades como Puebla, La Esperanza, Chimix, Quextic, Pechiquil, Tzajalucum, Yibeljoj, Bajoveltic, Naranjatic, Canolal y Acteal misma, se aproximan en camiones de tres toneladas, tanto del ayuntamiento como de particulares; unos visten de negro y otros uniforme azul oscuro como el de Seguridad Pública; llevan paliacates rojos en la cabeza o pasamontañas; van armados con fusiles AR-15 y AK-47 (cuernos de chivo), rifles calibre 22, escopetas, pistolas tipo escuadra, cuchillos y machetes. Al llegar, cerca de las once de la mañana, se estacionan a orillas de la carretera, bajan corriendo, rodean la capilla y abren fuego a mansalva y por la espalda contra las primeras personas, a quienes asesinan allí mismo. La mayoría de los desplazados trata entonces de huir y se dispersa cuesta abajo hacia la cañada, entre los matorrales. Algunos son alcanzados por las balas y caen en el camino y la barranca. Otros cargan a los heridos, a los niños que tropiezan y lloran; las mujeres ruedan con los bebés que llevan a sus espaldas, se levantan. Muchos corren hasta un arroyo que se localiza a unos 300 metros y se esconden en una pequeña cueva. Hasta ahí llegan los paramilitares a matarlos y rematarlos con singular saña.

11:30 AM. El ruido de las ráfagas y detonaciones es escuchado en Quextic, desde donde se observa claramente Acteal, y llega hasta San José Majomut, también con claridad, donde hay un destacamento de la policía del estado. A un lado de Majomut está Polhó, cabecera del municipio autónomo creado en abril de 1996 por el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN). Desde ahí, alguien llama por teléfono a San Cristóbal de Las Casas para informar de la balacera. El vicario de la diócesis y secretario técnico de la Comisión Nacional de Intermediación (Conai), Gonzalo Ituarte Verduzco, llama por su parte al gobernador del estado, que no le contesta, así que habla entonces con el secretario general de Gobierno, Homero Tovilla Cristiani, para notificarle de los disparos y pedir su intervención inmediata. Tovilla dice no saber nada. El coordinador general de las policías en Chiapas, Jorge Gamboa Solís, y el director de la Policía de Seguridad Pública del Estado, José Luis Rodríguez Orozco, enterados de lo que ocurre en Acteal desde las once de la mañana, emiten un reporte oficial de "sin novedad".

Acompañado por 40 agentes de la policía estatal, que portan fusiles R-15, pistolas y chalecos antibalas, el general brigadier retirado del ejército federal, Julio César Santiago Díaz, es el mando de mayor jerarquía en el lugar de los hechos. Funge como jefe de asesores de la Coordinación General de Seguridad Pública y director general de la Policía Auxiliar en Chiapas. Durante cinco horas y media, entre las 11:00 y las 16:30, el personal bajo su mando y el que fue llegando al escuchar los disparos (unos "300 soldados con uniformes de la policía estatal") permanece en la entrada de la comunidad, sobre la carretera, y en la escuela primaria, mientras a 200 metros, montaña abajo, es perpetrada la masacre. También se encuentran allí el comandante Roberto García Rivas y el oficial de Seguridad Pública en Majomut, Roberto Martín Méndez Gómez. En algún momento, el mencionado Vásquez Espinoza -destacamentado en la Colonia Miguel Utrilla, del ejido Los Chorros, bastión de los paramilitares pedranos, en donde tiene lugar su principal campo de entrenamiento- le recomienda al general Santiago Díaz: "Jefe, hágase para acá, no le vayan a dar un tiro". Los 300 soldados con uniforme de policía no intervienen para detener la carnicería porque su función real es más bien táctica: cerrar el paso a los desplazados en su única salida.

17:00 PM. El asalto dura seis horas; termina cuando los agresores, que se dan tiempo inclusive para vejar a los cadáveres de sus víctimas, creen que han acabado con todos en la hondonada del río; pero unos cuantos desplazados se salvan manteniéndose quietos bajo los cuerpos de otros hasta que oscurece y pueden dirigirse a San Cristóbal. El saldo de la agresión es de 45 muertos (21 mujeres, 15 niños -incluido un bebé- y nueve hombres), así como 26 heridos y lisiados, cinco desaparecidos y miles de refugiados, tanto de Las Abejas como del EZLN (solo en el municipio autónomo de Polhó y sus 33 comunidades y barrios, los desplazados llegan a ser alrededor de cinco mil). Cuatro de las mujeres muertas estaban embarazadas, con gestaciones de diez a 37 semanas.

Según el Centro de Derechos Humanos Fray Bartolomé de Las Casas, además de los decesos que ocasionaron las balas, doce personas fallecieron a causa de lesiones producidas por armas punzocortantes, "incluyendo en algunos casos machacamiento de cráneo (sic), y uno de los cuatro cadáveres de las mujeres embarazadas presentaba como causa de muerte la exposición de víscera abdominal al medio ambiente por herida cortocontundente penetrante"; en otras palabras, a una la mataron partiendo su vientre a cuchillo o machete.

Los testimonios y las evidencias dan cuenta de que los asesinos desnudaron los cadáveres de las mujeres, les cortaron los senos, les metieron palos entre las piernas y las nalgas, y en los casos de mujeres preñadas (como solían hacer los kaibiles), abrieron sus vientres y sacaron a los fetos para exhibirlos como trofeos y luego jugar con ellos, aventándolos de machete a machete. "Hay que extirpar la semilla", decían entre gritos y carcajadas, con los ojos inyectados y arrojando espumarajos de baba.

18:00 PM. El secretario de Gobierno, Homero Tovilla, llama por teléfono al vicario de la diócesis, Gonzalo Ituarte, para notificarle que el "incidente" en Acteal está bajo control, que se han escuchado unos cuantos tiros y hay cuatro o cinco heridos leves.

19:00 PM. Comienzan a llegar los "heridos leves" a diversas clínicas de San Cristóbal, en donde los atienden por impactos de balas expansivas, que hacen un orificio pequeño al entrar en el cuerpo y al salir dejan un boquete. Entre las víctimas, hay dos bebés que impactan en un sentido contrario al de las balas expansivas. Uno se debate por la vida con el cerebro descubierto y otro tiene una pierna y un brazo destrozados. El primero no llega a tiempo y el segundo vivirá con el cuerpo mutilado, la familia mutilada, la comunidad mutilada y el olor a pólvora y sangre en algún lugar de la memoria.

20:00 PM. Los asesinos festejan a balazos el éxito de su empresa y desde luego hacen correr el rumor de que la barbarie desatada en Acteal tendrá réplicas en otros parajes. Una década más tarde, sigue corriendo ese rumor, para dejar a su paso miedo y tensión. Por lo pronto, las secuelas son suficientes para darle continuidad a la pesadilla que culminó en Acteal ese día, pero comenzó diez meses antes, por lo menos en Chenalhó. Muchos de los sobrevivientes se hundieron en el abismo de la tristeza; mujeres y niños dejaron de hablar, quizá para siempre. Entre los miles de refugiados en condiciones infrahumanas de sobrevivencia, comenzaron a morir bebés todos los días (soy testigo de eso), mientras que los autores de un crimen de Estado contra la humanidad pasean por el mundo su impunidad y ejercen en este país sus oficios de tinieblas...

Algún efecto ha de tener la información que abunda sobre la responsabilidad del Estado en este crimen de lesa humanidad (genocidio), pero mientras tanto Acteal seguirá siendo una herida abierta en la memoria del mundo y un agravio que lacera la historia reciente de México.

[] Iván Rincón 11:55 PM

Diciembre 15 de 2007

-¡Monstruos de Dios! -gritaba Primitivo.

En su celda monacal, las manzanas se pudrían cuando podrían fácilmente haberse comido. El vino y la cerveza se evaporaban, cual metafísica urinaria. Los vecinos arrojaban el humo, también podrido, de sus estúpidos cigarros, y al abrir desesperadamente la puerta, una rata muerta golpeaba su rostro magro. ¡El infierno del cielo ha de cobrarles tanta bulimia, infelices de cal y cemento!, exclamaba Primitivo. Una bebé lloraba, torturada por su invisible y esquelética madre, y entonces un perro infinitesimal ladraba en un tono tan agudo que Primitivo tenía que taparse los oídos con silicón. ¡Monstruos de Dios! ¡Son imperdonables! ¡Y además, impermeables y solubles en alcohol!

¿Cómo soportar semejante aberración, cuando las coladeras escupían chinchulines y cucarachas todas las pinches noches y las escuálidas ventanas gemían con dolor sin límites al azote del ventarrón, y el eunuco azotaba la puerta cinco veces consecutivas, y el tío César, tan cabrón como era, azotaba ¡cinco veces! a su hijo de cinco años, "una por cada grosería"? ¿Cómo olvidar y perdonar el pasado? ¿Cómo tolerar las flatulencias y demás agresiones fétidas en días de abulia y lluvia de huevos de tortuga? ¿Cómo?

Primitivo recordaba a otro ser de su especie, el que le enseñó a beber directamente de la botella. Ese maestro se metía a bañar con un pomo de ron en momentos de ansiedad extraordinaria y acababa con las dos (la botella y la ansiedad) bajo la regadera. Entonces salía muy limpio él y con bríos de borracho muy macho a encarar al ejército y la policía, y entonces descubría que ya se habían ido (si es que alguna vez llegaron, digo, porque la paranoia del alcohólico es cabrona). Ese maestro tuvo que vivir un año escondido porque un matón que se llama Ulises Ruiz Ortiz, o algo así, le echó a sus peores esbirros, gatilleros que cobran por bala que atine al blanco -esto ya está dicho, amnésicos de polvo y mierda-, como la que batió a Brad Will, que era blanco. Bala que rompe el silencio de las barricadas al amparo de la noche, claro, y nomás a Brad Will le inspiraba una frase poética, ¡bajo fuego cruzado!, cuando se trataba de hacer periodismo valiente, no imprudente, puta madre, ni tampoco a lo pendejo, carajo.

Y mejor ya me voy. Adiós.

¡Monstruitos de Dios!

[] Iván Rincón on:off

Diciembre 10 de 2007

En días de abulia, Primitivo miraba por su ventana hacia las azoteas y confundía los montones de ropa sucia en los fregaderos con cadáveres de chivos que habían de destazar salvajemente adolescentes fogosas, rebosantes de energía, corpulentas y generosas. En la calle, sin embargo, los niños tenían los labios arrugados, agrietados, los dientes morados, y el viento del invierno les arrebataba su piel reseca y grisácea, como ceniza de papel destrozo. Principalmente por eso, Primitivo mejor no salía de su celda monacal, porque además los perros ladraban a su paso y mordían sus botas de piel de gato con inefable demencia. ¡Monstruos de Dios!, les gritaba él. ¡Puedo hacer que los trague la tierra y sean semilla de alucinaciones feroces y feraces, fehéricas y famélicas! Literalmente estupefactos, al escuchar tan singular blasfemia, relativamente abominable y más o menos cruenta, los perros se acurrucaban a las puertas de sus casas o edificios y, sabios como eran, se dormían para soñar con sombras de ruidos lejanos y ecos de oscuras siluetas.

Muy a pesar suyo, contra su primera voluntad, bajo un cielo de concha y una lluvia de huevos de tortuga, Primitivo salía tiritando a comprar plantas y tierra para respirar algo en su celda monacal. Pero una muchacha de belleza melancólica y soledad banquetera lo miraba con lascivia desde sus húmedos y suplicantes ojos, expresión de angustiada y angustiante agonía. Unas horas después, Primitivo pasaba de regreso por el lecho de aquella muerte en vida y encontraba en su lugar a una anciana físicamente decrépita y mentalmente senil, que seguía mirándolo con húmeda y suplicante lascivia. ¡Vuelve a mí, Antagón, tú sí escribes muy goñito!

[] Iván Rincón o:db FM